El virus del moquillo de la foca, que ha diezmado poblaciones de este mamífero en el norte de Europa, ha cruzado el Ártico y ha llegado a Alaska. La reducción de hielo por el cambio climático abre nuevas vías para que los animales se desplacen y con ellos, sus enfermedades
Entre la pequeña isla danesa de Anholt y el norte de Alaska (EEUU) hay más de 6.000 kilómetros, con el imponente Ártico de por medio. Una distancia insignificante para un virus letal entre las focas comunes o moteadas (Phoca vitulina): el virus del moquillo (PDV en inglés). La enfermedad provoca conjuntivitis, rinitis, úlceras cutáneas y problemas respiratorios en estos mamíferos, impidiéndoles nadar con normalidad, lo que en muchos casos desemboca en su muerte.
Desde que en 1988 se identificara por primera vez en la isla de Anholt, el microorganismo ha ido diezmando poblaciones a su paso. Ese mismo año acabó con 23.000 focas comunes, mientras que 14 años después perdieron la vida otras 30.000.
En ambos casos, el origen estaba en la pequeña isla danesa, por eso a los científicos les sorprendió encontrar al norte de Alaska a nutrias marinas del norte (Enhydra lutris kenyoni) infectadas con el moquillo en 2004.El mejor aliado del virus resultó ser el aumento de las temperaturas.
“Pensamos que las rutas marítimas abiertas que se crearon como consecuencia de la reducción del hielo marino permitieron que poblaciones o especies que estaban separadas entre sí entraran en contacto, trayendo el virus con ellas”, explica a El Ágora Tracey Goldstein, directora asociada del Instituto One Health en la facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de California en Davis (EEUU).
La investigadora y un equipo de científicos de diferentes instituciones de Estados Unidos y Reino Unido publican hoy un estudio en la revista Scientific Reports que muestra cómo la reducción del hielo marino en el Ártico fruto de la crisis climática abre paso a que virus como este se propaguen con regularidad entre el Atlántico norte y el Pacífico norte.
Para llegar a estas conclusiones los científicos analizaron muestras de sangre y frotis nasales de más de 2.500 focas (manchadas, listadas, anilladas y barbudas), leones marinos de Steller (Eumetopias jubatus), osos marinos árticos (Callorhinus ursinus) y nutrias marinas del norte durante 15 años, entre 2001 y 2016. Los ejemplares se encontraban en algún punto entre el sureste de Alaska y Rusia, contando las islas Aleutianas y los mares de Bering, Chukotka y Beaufort.
Más del 30% de los mamíferos infectados
Junto a las muestras de los mamíferos, los científicos también analizaron sus desplazamientos y compararon los picos del moquillo con las fluctuaciones del hielo ártico en ese período que muestran las imágenes por satélite. De esta forma, los autores identificaron una infección y una amplia exposición al virus en el Pacífico norte a partir de 2003. También registraron un segundo pico en 2009, registros que coinciden con reducciones en la superficie del hielo marino.
Entre 2003 y 2004, más del 30% de los animales se infectaron con el virus, incidencia que cayó en los años siguientes hasta que volvió a aumentar en 2009. Los datos muestran que las posibilidades de infección en los mamíferos fueron más de nueve veces mayores en 2004 y 2009 en comparación con el resto de años analizados. Esta tendencia se asoció con las rutas marítimas abiertas por la pérdida de hielo ártico de 2002, 2005 y 2008.
A diferencia de Europa, donde el virus causas grandes brotes y diezma poblaciones enteras, sobre todo de focas comunes, de momento en el Pacífico norte no está siendo tan virulento. “Hay una variación en la gravedad de la enfermedad; las especies de focas y los osos marinos árticos y subárticos en Alaska son vulnerables pero aún no sabemos cuáles pueden ser los efectos sobre sus poblaciones”, puntualiza Tracey Goldstein. En investigaciones posteriores los autores esperan comprobar si existe también esta variabilidad en las especies del Pacífico.
Puesto que la mayor parte del muestreo del estudio actual se ha realizado en animales vivos, más allá de saber si el ejemplar está o no infectado, los científicos desconocen de qué forma ha afectado el virus a su salud. “Tenemos pruebas de que el virus pudo haber contribuido a la muerte esporádica de nutrias marinas del norte y de leones marinos de Steller”, señala la experta.
La investigadora confirma que, de momento, su equipo solo ha identificado este virus que ha viajado entre el Atlántico norte y el Pacífico norte pero podría ser el primero de muchos. “La pérdida de hielo marino continuará alterando el comportamiento animal al eliminar las barreras físicas. Además, la pérdida de hielo puede crear nuevas rutas para el movimiento de los animales e introducir enfermedades infecciosas en el Ártico”, advierte.
Un Ártico cambiante
Más allá de este virus, el cambio climático afecta de diferentes maneras a la fauna ártica. Jody Reimer, profesora en el departamento de Matemáticas de la Universidad de Utah (EEUU) que no ha participado en esta investigación, es experta en cómo los organismos responden a los cambios ambientales. En el caso de las focas anilladas, Reimer recuerda que crían casi exclusivamente en el hielo marino, en cuevas excavadas encima de la banquisa pero debajo de la nieve.
“Una capa de nieve insuficiente o el deshielo temprano de la primavera podrían impactar negativamente en la cría de las focas anilladas”, destaca a El Ágora. Sin embargo, otras especies de focas árticas, que pueden dar a luz tanto en tierra como en hielo, podrán adaptarse mejor a este cambio de hábitat.
La matemática también pone el ejemplo de las ballenas, a las que afectará de forma desigual el cambio climático. Si hasta ahora, solo las belugas (Delphinapterus leucas), narvales (Monodon monoceros) o ballenas boreales (Balaena mysticetus) podían nadar en aguas cubiertas de hielo por su falta de aletas dorsales, con la pérdida de banquisa otras especies como las orcas (Orcinus orca), que hasta ahora no podían surcar esas aguas, sí podrán hacerlo, por lo que competirán por los mismos alimentos o incluso podrán acabar con ellas.
Según la investigadora, esta expansión de especies más templadas hacia el norte se conoce como la borealización del Ártico y está afectando tanto a los ambientes marinos como a los terrestres. En este contexto cambiante del Ártico, en el que los virus, las nuevas especies colonizadoras, el aumento de las rutas de navegación o el incremento del turismo hacen imposible saber qué futuro le espera a la fauna ártica, lo que parece claro es que habrá ganadores y perdedores.
“Los ganadores serán aquellas especies más generalistas en su hábitat y en sus necesidades dietéticas, mientras que aquellas con necesidades especializadas probablemente serán menos capaces de adaptarse”, concluye Reimer.
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Referencia bibliográfica: E. VanWormer et al. Viral emergence in marine mammals in the North Pacific may be linked to Arctic sea ice reduction, Scientific Reports 9:15569, 7 de noviembre de 2019. DOI: 10.1038/s41598-019-51699-4.